guerra de los cien años

Guerra de los Cien Años: Batalla de Crécy, 1346. Imagen de Grandes Chroniques de France. Fuente: Wikimedia Commons.

En la Edad Media la figura del bellator montado había dominado los campos de batalla de Europa, pero se ha planteado que hubo un declive de la caballería a partir del siglo XIV frente a una infantería que, en grandes números y formaciones densas, podían hacer frente a la carga de estos. La milicia flamenca venció a los altivos caballeros franceses en Coutrai (1302), armada con goendengags–una suerte de pica y alabarda que podía llegar al metro y medio–, y así lo hicieron con picas los escoceses de Roberto Bruce, desplegados en formaciones circulares denominados schiltron. La lección de Bannockburn frente a los escoceses no pasó por alto para la nobleza inglesa, de la que capitanes como David Athol o Enrique de Beamount, aprendieron de la derrota y castigaron las formaciones estáticas escocesas en Dupplin Moor (1332), mediante el uso de hombres de armas desmontados apoyados por arqueros.

A pesar de que en la guerra del bajo medievo lo más común eran las operaciones de asedio, lo cierto es que el caballo siguió siendo realmente importante por su movilidad y versatilidad. En una época donde, progresivamente, las armas de fuego se refinaban, los caballos servían para mover las piezas de artillería, llevar provisiones, explorar el terreno, lanzar incursiones, o simplemente como método de transporte de las tropas para acudir a la batalla y participar en ella. Eso sí, el caballo era un animal caro, mucho más si estaban adiestrados para aguantar el fragor del combate. El nivel social del dueño solía reflejar la calidad y el número de monturas con la que podía permitirse acudir al combate. La imagen desplegada por el animal era una de las representaciones sociales más importantes en la época, siendo en el caso inglés, los de la gentry– baja nobleza– más baratos que los de estratos más altos de la sociedad. Un claro ejemplo de esto es el registro de las monturas de la comitiva de Sir Walter Maury que, entre 1342 y 1343, contaba con caballos de guerra de alta calidad para la época, el propio destrero de Sir Walter estaba valorado en 100 libras, donde el coste medio de un caballo de guerra en Inglaterra durante el reinado de Eduardo III (1327-1377) era de unas 20 libras.

Guerra de los Cien años: el caso inglés

En Inglaterra la caballería, a excepción de una pequeña parte ostentada por la alta nobleza, que solía funcionar como reserva, era lo que denominaríamos ahora como caballería ligera. Aquí resalta la tipología de soldado conocida como hobelar, de origen irlandés. La primera referencia que tenemos en un documento de esta tropa corresponde a Juan de Wogan, justicia de Irlanda que participó en la campaña escocesa de Eduardo I en 1296. El nombre de hobelar deriva del tipo de caballo hobby o hobbin, uno de pequeño tamaño y que a su vez viene del gaélico obann (veloz). Aunque las diferencias de equipamiento en el siglo XII-XIII del hobelar y un hombre de armas eran casi imperceptibles, su especialización como caballería ligera dio lugar en el XIV. Su equipo liviano lo hizo ideal para tareas de reconocimiento, patrullar zonas donde se necesitaba su velocidad de acción, como la marca escocesa, y desenvolverse en el combate de escaramuzas en grupos de pocos jinetes. Sin embargo, la figura del hobelar fue decayendo desde 1331 hasta la década de 1350, cuando fue sustituido por el arquero montado inglés. Aunque el hobelar fue una figura marginal a partir de la segunda mitad del siglo XIV, podemos seguir rastreando su presencia en las hojas de reclutamiento –Musters Rolls–, especialmente acantonados en guarniciones del sur de Inglaterra, como Portsmouth, durante la década de 1380, o en guarniciones permanentes en Irlanda.

El arquero montado fue el tipo de tropa en el conflicto que más utilizaron los monarcas Plantagenet. La gran flexibilidad en sus tareas y movilidad, además de su posible formación en grandes números, sirviendo tanto en tierra o mar, les brindó un gran protagonismo en los ejércitos ingleses. Además, era una tropa relativamente barata, puesto que un arquero cobraba seis peniques al día, más una paga extra de una libra en Navidad para paños, pero que fue abolida en el reinado de Ricardo II (r. 1377-1399), una cantidad que superaba el sueldo anual de trabajadores de otros sectores. El arquero montado suponía para Eduardo III la mejor herramienta para llevar a cabo su estrategia y forzar a los franceses a presentar batalla. La estrategia de cabalgada– chevauchée– consistía en arrasar los centros económicos del enemigo, destruir sus recursos y forzarles a enfrentarse a las fuerzas inglesas. Además de las fricciones que producía entre las diferentes facciones del reino francés, y cabía la posibilidad, del levantamiento de los campesinos contra sus amos. El deber de cada señor feudal era la protección de sus vasallos y esto incluía al propio rey de Francia.

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Ricardo II frente a los soldados del conde de Northumberland. Miniatura de La Prinse et mort du roy Richart. Fuente: Wikimedia Commons.

Durante la preparación de la famosa cabalgada de Eduardo de Woodstock de 1355, Bartolomeo de Burguersh, guardián de Dover y los Cinco Puertos, prohibió la venta de caballos ingleses fuera del territorio cuando se preparaba la expedición. Los 14 000 caballos que se necesitaron, contando los que tiraban de los carros de suministros y los que se utilizaban para llevar el equipo de los hombres de armas, tenían que estar operativos para los más de 8000 combatientes que tenía el Príncipe de Gales. Quien cubrió en su cabalgada por el Languedoc más de 1086 km en 68 días. La velocidad de avance del ejército inglés indica que, a parte del sistema tan efectivo de suministros y la preparación de la campaña, tanto jinetes como monturas vivieron del terreno depredando todo lo que encontraban a su paso. El modo de operar consistía en un grupo de treinta jinetes que actuaban en 310 km2. No solo el saqueo era importante, también era esencial infligir daños críticos a construcciones, especialmente molinos y fuentes, además de la quema de los campos junto a los árboles frutales, lo que privaba de sustento a las poblaciones locales.

El uso tan dinámico de la caballería, no obstante, podía ser catastrófico, en el caso inglés nos encontramos con el de la campaña del duque de Clarence de 1420, en el Anjou, que terminó con la vida del experimentado comandante en Baugé. Era el hermano de Enrique V y su lugarteniente en Normandía, con amplia experiencia militar tanto en Francia como en Irlanda. Según la crónica de Gilles de Roy, Clarence, con un yelmo con una banda circular dorada, encabezó el ataque junto con 1500 hombres montados sobre el ejército franco-escocés pero sin el apoyo de los casi 2500 arqueros a pie que venían detrás de él. La fatal decisión del comandante, como la propia velocidad de la caballería que dejó atrás a la infantería, hizo que la operación fuese un desastre, eso sin contar con el buen desempeño de los arqueros escoceses. La muerte de Clarence, junto con otros tres miembros de la alta nobleza, y la captura de otras personalidades claves del reino, como Fitwalker, el conde de Huntingdon y Edmundo Beaufort dio oxígeno político a los franceses tras el Tratado de Troyes (1420).

Francia y Borgoña en la Guerra de los Cien Años

Una gran parte de las tropas francesas y borgoñonas durante el periodo estudiado iban montadas, y estaban equipadas a la manera que ahora llamaríamos caballería pesada. Su agrupación más común era la lanza, que se componía a mediados del siglo XIV de tres hombres: un hombre de armas equipado con arnés completo, un coutilier con una panoplia más liviana y, por último, un paje que solía ayudar a su hombre de armas con los caballos y equipo, siendo la mayoría de ellos jóvenes nobles que habían sido enviados para formarse en el arte de la guerra. Al final del conflicto, en el reinado de Carlos VII (r. 1422-1461), la lanza aumentó a cinco efectivos. Los componentes solían tener relaciones familiares o vasallísticas que ayudaban en su cohesión en combate. Los líderes de cada lanza en los ejércitos de Carlos el Temerario (1433-1477) solían proceder de las zonas con una nobleza más importante, como por ejemplo el Artois. Estos lazos nos ayudan a entender cómo, tras la batalla de Azincourt (1415),  familias como la de Bar quedaron gravemente dañadas por la muerte de casi todos sus varones, por lo que para la sucesión del ducado se tuvo que recurrir a un miembro de una rama menor.

Las derrotas de Crécy (1346) y Poitiers (1356), a veces, se han intentado explicar como un triunfo del arco inglés frente a una caballería indisciplinada y desfasada en su época. Lo cierto es que el devenir de ambas batallas fue mucho más complejo: los errores de los comandantes franceses, las luchas internas por la falta de mando único, o la mala gestión de las tropas de reserva son algunas de ellas. A esto, se tiene que sumar la preparación de los ejércitos ingleses, el terreno escogido para combatir (esencial para lidiar con la caballería, que solía evitar los territorios abruptos o que se podían plantar defensas más efectivas). Enrique V puso en práctica la técnica otomana de plantar estacas en el suelo, que había frenado a la caballería cruzada en Nicópolis (1396), en Azincourt (1415). Pero esto no era infalible, durante la batalla del Verneiul (1424), un grupo de 400 lombardos completamente acorazados, al mando del capitán Le Borgne Caqueran, penetraron en la línea defensiva inglesa por la derecha y, por un momento, hicieron temer lo peor a sus enemigos, hasta que se lanzaron a saquear el tren de bagaje enemigo. El ejército inglés, que estaba muy cohesionado y bien dirigido por John, duque de Bedford, consiguió rehacerse y ganar la batalla. El Verneiul quedó en la memoria del autor de Le Jouvencel, un joven Jean de Bueil, que actuó como paje del vizconde de Narbona. En su obra, en la sección sobre el uso de la caballería, remarcó la importancia de emplazar a la caballería en los flancos.

A pesar de todo, la caballería supuso un recurso muy importante también en la última fase de la Guerra de los Cien Años, donde los asedios pusieron a prueba los recursos económicos y humanos de ambos reinos. La caballería podía asegurar el sustento de las tropas gracias a su auxilio en el avituallamiento, así sucedió en la campaña escocesa de Ricardo II en 1385, donde evitó emboscadas enemigas mientras hacia las labores de forrajeo de una manera mucho más segura que las tropas a pie. La fuerza de la caballería durante las salidas desde fortificaciones asediadas fue esencial para intentar romper el cerco rival o, simplemente, desgastar al enemigo en salidas nocturnas mientras se esperaba una mejora en la rendición o a un ejército de socorro. Durante el asedio a Compiégne (1430), las fuerzas anglo-borgoñonas tuvieron que sufrir las salidas de la guarnición francesa, una de ellas, encabezada por Juana de Arco y Potón de Xaintralles, atacó las líneas de suministros inglesa y puso en grandes apuros a la fuerza sitiadora. Aunque Juana fue descabalgada y capturada, lo cierto es que esta salida logró colapsar las líneas defensivas inglesas, lo que obligó a huir a los ingleses mientras un contingente de socorro avanzaba hacia ellos.

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Muerte de Talbot en la batalla de Castillon, 17 de julio de 1453. Iluminación del manuscrito de Martial d’Auvergne, Les Vigiles de Charles VII, c. 1484. Fuente: Wikimedia Commons.

La utilidad de la caballería en asedios es bien reflejada en la obra de George Castellain sobre el cerco que sometieron los borgoñones en Oudenaarde (1452): “Vamos montados a caballo y los ganteses a pie, no pueden hacernos daño mientras que nosotros podemos amenazarles”.

Aunque la victoria final francesa se ha atribuido, por parte gala, al poderoso tren de artillería que Carlos VII consiguió establecer y a medidas encaminadas a la creación de los primeros ejércitos profesionales, la caballería tuvo un gran papel en el resultado del conflicto. Las pequeñas unidades de jinetes bien acorazados, junto con sus monturas –cubiertas con testera, crinera, gruperas, petral y refuerzos de placas–, fue una de las claves de la victoria. Juan sin Miedo (1371-1419) logró utilizar su reserva de caballeros para vencer a los liejeses en Othée (1408).

La caballería francesa solía operar en una formación en haces. La carga comenzaba al trote, mientras se intentaba mantener la cohesión al máximo posible al tiempo que la velocidad iba en aumento hasta lograr chocar con las filas enemigas, por lo que los arqueros ingleses solían concentrar sus disparos en los flancos para no dar tiempo a la caballería a atacar al unísono. En el momento de la carga, el caballero, que hasta entonces había tenido su lanza pesada posicionada en modo vertical, la bajaba en los pocos metros antes del impacto y la solía acomodar a su l’arrêt de cuirasse, un soporte en la coraza hecho específicamente para ello y que ayudaba en la precisión del golpe, así también como en la fuerza de impacto. La técnica era difícil de ejecutar ya que se necesitaba un entrenamiento arduo, por lo que muchas veces, si no era realizada de manera correcta, podía resultar en un retroceso muy potente para el jinete, provocándole serias heridas. El movimiento era esencial en la carga y, en innumerables ocasiones, se cabalgó en paralelo a la línea enemiga para encontrar los puntos débiles enemigos y explotarlos. Esto sucedió en la batalla de Formigny (1450), cuando Pierre de Brezé fintó con su caballería para deshacerse de los arqueros ingleses.

Conclusiones

La caballería francesa dividida en pequeñas unidades resultó ser una herramienta que, combinada con la artillería, dio el golpe de gracia a los ingleses en Burdeos (1453). Así se formó un tándem de armas formidables para Francia en la última fase de la Guerra de los Cien Años, aunque Calais resistiría hasta 1558 en manos inglesas. Las fuerzas de Enrique VI no contaron con una gran cantidad de jinetes al final de la contienda, algo que les lastró a la hora de responder con la rapidez necesaria a muchos de los movimientos y asedios realizados por los franceses. Aun así, no se puede entender la derrota final inglesa sin la crisis de 1450: la falta de efectivos que hizo que comandantes, como John Talbot o Lord Scales, no pudieran cubrir todo el frente normando, abandonando las guarniciones a su suerte, por no hablar de la propia muerte de Talbot en Castillon (1453), al intentar romper el cerco francés. A esto hay que sumarle la impopularidad de la guerra y la negativa de los Commons a aceptar nuevos impuestos para levantar ejércitos destinados a Francia, así como las revueltas de Aquitania, o el daño producido por los brigantes, que generó un enorme descontento entre la población anglonormanda.

La caballería pesada en Francia y Borgoña, durante el siglo XV, cambió gradualmente debido al gran coste para mantener a estas unidades, al tiempo de entrenamiento requerido, y a la mutación de los valores caballerescos. Todo ello unido a un estado incipiente que requería que los chevaliers adoptasen un nuevo rol en las guerras venideras.

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